DONATISMO Y EL CISMA DE LA IGLESIA PURA.


Perpetrado por Oskarele

Aquellos primeros siglos del cristianismo fueron sumamente convulsos en lo que se refiere  movimientos paralelos a las líneas oficialistas de un culto que aun sigue siendo ampliamente perseguido. Por aquí y por allá surgen diferentes interpretaciones del mensaje, vida y obra del nazareno, unas más heterodoxas que otras. Una más herejes que otras. Así, por ejemplo, tenemos una corriente curiosa que surge a mediados del siglo IV en el norte de África, el Donatismo, liderada y creada por Donato, obispo de Cartago, que hizo una reforma rigorista y severa frente al relajamiento de las costumbres de los fieles.

El tal Donato era, pues, un defensor a ultranza de la más austera autenticidad cristiana. Exigía a los sacerdotes una vida intachable y ejemplar, pero también partía de que los pecadores o los renegados no podían ser miembros de la Iglesia. Esto es importante, ya que muchos de los ministros de la Iglesia Oficial después de haber adjurado durante las persecuciones de Diocleciano (podían haber elegido el martirio), fueron readmitidos, algo que molestaba gravemente a Donato, que consideraba que era una ofensa que quienes unos años atrás habían apostatado, ahora fuesen de valedores de la fe, mientras que ellos,  los donatistas, que habían dado la cara, se veían igualados a ellos.

En definitiva, se creían más coherentes y cristianos. Y consideraban que estos renegados no tenían derecho a impartir los sacramentos. No en vano eran llamados los “traditores”. Por tanto, las personas que habían sido bautizadas o consagradas no debían ser reconocidas por la Iglesia.

Curiosamente la Iglesia Romana se sacó de la manga una excusa cojonuda: la dichosa doctrina de la objetividad de los sacramentos, que viene a querer decir que una vez conseguida la potestad sacerdotal, los sacramentos que este administre son validos aunque el clérigo deje mucho que desear moralmente.

Sea como sea, la cosa termina en que se crea una iglesia cristiana paralela desvinculada de Roma, algo que ya fue condenado como herético en el Concilio de Arlés del 314. Esto levantó ampollas, pues el donatismo se había extendido bastante por el norte de África, contando, incluso con un grupo subversivo de apoyo, los circumcelliones, formado por bereberes que se dedicaron a perseguir a los ortodoxos cristianos.

Pero en el 321 el emperador Constantino renunció a sus pretensiones de una iglesia unida, y permitió el regreso de los donatistas. Esto permitió a Donato reorganizar su iglesia, creándose capillas, iglesias y hasta basílicas, fundando comunidades incluso en Roma. Posteriormente, en tiempos del emperador Constante, Donato intentó unificar todo el norte de África en torno su doctrina, pero de nuevo chocó con Roma y no tuvo éxito.

El movimiento donatista llegó a su apogeo bajo el obispo Parmeniano, pero desde entonces por movidas internas y por los constantes enfrentamientos con Roma, se acabaron debilitando. En el Concilio de Cartago, del 411, las dos facciones se reunieron. Entre los participantes a esta reunión estaba Agustín de Hipona, el primer gran teólogo del cristianismo, quien tuvo la oportunidad de discutir con los donatistas heterodoxos que, en su mayoría, finalmente acabaron aceptando su error. Así el donatismo fue finalmente sancionado y eliminado de la Iglesia, aunque sobrevivió hasta la invasión árabe musulmana, en el siglo VII.

Más información y fuentes por aquí: los libros “Herejes y maldito en la historia”, de Agustín Celis Sánchez (Ed. Alba Libros, 2006) e “Historia oculta de los papas”, de Javier García Blanco (Ed. Akasiko, 2010). Webs: http://es.wikipedia.org/wiki/Donato_Magno, aquí: http://es.wikipedia.org/wiki/Donatismo y aqui: http://ec.aciprensa.com/wiki/Donatistas (sobre el Donatismo)

Imagen: “San Agustín y los donatistas”, de Charles-André van Loo.

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