RITUALES COTIDIANOS. RITUALES DE MASA. “RELIGIONES” POLÍTICAS, PARTE 2


Perpetrado por Oskarele

Estos rituales seculares políticos tuvieron su plasmación definitiva (y trágica) en el siglo XX, concretamente en las primeras décadas, y en Europa, siendo los casos más importantes y trascendentales los de la Alemania Nazi y la Rusia bolchevique.

El caso del Nacionalsocialismo es especialmente rico en lo que respecta a la ritualización política de la sociedad, aunque falta averiguar si se hizo “de forma programada” para sustituir sistemáticamente el Cristo cristiano, en el campo de las liturgia y la simbología, muy activo en la Alemania pre-nazi.

Sea como sea, lo cierto es que desde que Hitler llegó al poder se creó una autentica liturgia nazi, manifestada en prácticamente todos los ámbitos de la vida social.

El año fue jalonado de fiestas conmemorativas o cósmicas ritualizadas: aniversarios del fuhrer, de su triunfo, fiesta del trabajo, fiestas de las madres, de las cosechas, solsticios, el culto a la sangre y a la muerte característicos de las SS. Estas liturgias se manifestaron con todo su esplendor en las colosales congregaciones masivas organizadas por el partido, con el fin de impresionar a los fieles y de crear, por un lado, una fuerte cohesión social (ser parte de un grupo de vencedores y superiores) y por otro lado, con el objetivo de “lavar” colectivamente el cerebro al pueblo, que se iría integrando cada vez más en el movimiento.


El pueblo entraría en un estado “hipnótico” colectivo, mediante la combinación de la mística y de la técnica, controlando y dirigiendo el estado de ánimo del grupo, llevándolos desde la exaltación eufórica al odio dirigido hacia el colectivo enemigo (los judíos).

Hay que tener en cuenta que la misma base de la ideología nacionalsocialista estaba cargada de componentes irracionales (aunque no lo era para ellos): su doctrina se basaba en la creencia (irracional desde nuestro punto de vista) de que el pueblo alemán, ario, según ellos, era superior social y racialmente al resto de pueblos, y era enemigo especialmente de uno: el pueblo judío, “raza” considerada por los nazis como la más abominable y perversa de todas y  a la que había exterminar como sea.

Y por otro lado la doctrina nazi se basaba en la “inmensa” persona de su líder, Adolph Hitler, encargado de llevar el destino del glorioso pueblo alemán al lugar que, según ellos, se merece.



Se asignaba así Hitler una especie de misión divina, como conductor y guía del pueblo alemán: el propio dictador dijo “creo haber sido llamado por la providencia para servir a mi pueblo y a guiarle a través de acontecimientos terroríficos” (idénticas frases podrían haber sido pronunciadas por Mussolini o por nuestro Franco, si es que no lo fueron)

Se podría insertar aquí un paradójico y cínico paralelismo entre la pretendida aspiración de Hitler de ser el guardián del pueblo alemán y la mítica historia de Moisés, guía y conductor del pueblo judío tras su éxodo de Egipto hacia la tierra prometida por su dios Iahveh, Israel.

Aunque no creo que esta comparación le gustase mucho a Hitler, es bastante acertada para entender el papel mesiánico que se atribuyo Hitler a sí mismo.

Así, el carácter mesiánico auto-atribuido por Hitler a sí mismo, hizo que se crease una verdadera “fe en Hitler”, ya que todo el poder se concentraba en él, considerado simbólicamente como el “alma” de Alemania, el mesías que los había de llevar al Gran Reich prometido.

Además, el culto a Hitler estaba apoyado por una elite fascinada y oportunista, representada por el partido nacionalsocialista, y especialmente por la siniestra orden negra, las SS (teñidas además con un matiz importante de oscurantismo y esoterismo).


El caso de la Rusia Bolchevique, consecuencia del golpe contra el totalitarismo zarista dado por Lenin en 1917, y basado en la ideología comunista, es notablemente diferente al caso nacionalsocialista (o no tanto como veremos). En principio son diferentes por motivos ideológicos: los nazis prometían el triunfo y la gloria para un solo pueblo elegido, el alemán, en nombre de su supremacía racial, aunque es cierto que si tenían en cuenta a las clases menos favorecidas y que no estaban de acuerdo con la economía de mercado capitalista. Los comunistas, en cambio, mandaban su mensaje a toda la humanidad. No había un pueblo elegido.

Aspiraban a crear un sistema nuevo más justo e igualitario en todas las naciones de la tierra, sin diferencias de raza, dejando claro un matiz ético importante, que lo acerca a las religiones de salvación tradicionales (revolución liberadora del yugo de la opresión, misión histórica del proletariado), y que extiende el papel de guardianes y guías del grupo, supuestamente, a todo el colectivo (algo similar a lo que hacían los nazis)


Pero esto es válido si tenemos solo en cuenta la teoría (marxista-leninista), que le daba todo el poder al pueblo tras quitárselo a los oligarcas.

 Pero en la práctica no fue así, y la revolución dio paso no a la  dictadura del proletariado (paso intermedio hacia el comunismo libertario sin estado) si no a la dictadura personalista y brutal de Josef Stalin, perversión cínica del sistema de creencia universalista de Marx y Lenin.

Stalin, como deja bien clarico en su propia obra, “Materialismo histórico y materialismo dialectico” creo una autentica ortodoxia basada en sus ideas y en su persona, llena de dogmas totalitarios que debían de ser respetados, persiguiéndose las desviaciones e instaurando un brutal y represivo sistema de terror casi que peor que el nazi. Stalin se apropió del partido, que no era más que la representación de sí mismo. Así lo que emanaba del partido, de él mismo, era dogma de fe, sin crítica posible y constituía una especie de “revelación divina” entregada al pueblo.


El partido estalinista se convierte pues en una especie de entidad simbólica que engloba la esperanza y la acción de millones de personas que depositan sus vidas en los objetivos del partido. Por eso no es de extrañar que surjan conductas de culto al partido y, por supuesto, de culto al líder supremo del mismo, Stalin.
La organización y la actitud es similar a la de las organizaciones religiosas: el aparato desempeña el papel del clero secular) son los guardianes del dogma y de la ortodoxia), y algo parecido a la inquisición católica (con un aparato represor y coercitivo brutal, basado en el terror como modo de impedir la desviación de la ortodoxia). También, como la Iglesia, se convierte en una especie de comunidad mística: la pertenencia al mismo implica un compromiso global. Se crea un vínculo enorme por el hecho de tener las mismas aspiraciones, convicciones y tareas. Y se crea un clima de respeto máximo al grupo, para cuya salvaguarda se permite todo: delaciones, expulsiones, represalias… y del que se temas más ser expulsado que ser sancionado.

Por otra parte el culto personal a Stalin procede, por un lado de su propia iniciativa, rodeándose de una aureola mística de libertador mesiánico (más parecida a Cristo o a Hitler de lo que el propio Stalin admitiría) y convirtiéndose en un omnipresente “Gran Hermano”, cerebro omniconsciente de todo, guardián de la ortodoxia y de la verdad, padre y cuidador de todos, jefe vigilante y terrible. Pero por otro lado el culto a Stalin es consecuencia del anterior culto, promovido también por Stalin, a Lenin, considerado el padre fundador de la revolución, y elevado al firmamento de los más grandes, empezando por el culto funerario a su cadáver y terminando por la enorme cantidad de monumentos, estatuas y efigies que se hicieron en su honor.

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