LA CAJA DE LETRAS migueldeunamuno “¡Muñecos todos!”

LA CAJA DE LETRAS migueldeunamuno

“¡Muñecos todos!”

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la caja de letras es un reducto,

un solar; uno de esos donde jugaba cuando era niño

uno de esos descampados heridos de hierba amarilla y ladrillos

de granito, a pedazos

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La tía Tula no podía ya más con su cuerpo. El alma le revoloteaba dentro de él, como un pájaro en una jaula que se desvencija, a la que deja con el dolor de quien le desollaran, pero ansiando volar por encima de las nubes. No llegaría a ver al nieto. ¿Lo sentía? «Allá arriba, estando con ellos -soñaba- sabré cómo es, y si es niño o niña..., o los dos..., y lo sabré mejor que aquí, pues desde allí arriba se ve mejor y más limpio lo de aquí abajo.»

La última fiebre teníala postrada en cama. Apenas si distinguía a sus sobrinos más que por el paso, sobre todo a Caridad y a Manolita. El paso de aquélla, de Caridad, llegábale como el de una criatura cargada de fruto y hasta le parecía oler a sazón de madurez. Y el de Manolita era tan leve como el de un pajarito que no se sabe si corre o vuela a ras de tierra. «Cuando ella entra -se decía la tía- siento rumor de alas caídas y quietas.»

Quiso despedirse primero de ésta, a solas, y aprovechó un momento en que vino a traerle la medicina. Sacó el brazo de la cama, lo alargó como para bendecirla, y poniéndole la mano sobre la cabeza, que ella inclinó con los claros ojos empañados, le dijo:

-¿Qué, palomita sin hiel, quieres todavía morirte...? ¡La verdad!

-Si con ello consiguiera...

-Que yo no me muera, ¿eh? No, no debes querer morirte... , tienes a tu hermano, a tus hermanos... Estuviste cerca de ello, pero me parece que la prueba te curó de esas cosas... ¿No es así? Dímelo como en confesión, que
voy a contárselo a los nuestros...

-Sí, ya no se me ocurren aquellas tonterías...

-¿Tonterías? No, no eran tonterías. ¡Ah!, y ahora que dices eso de tonterías, tráeme tu muñeca, porque la guardas, ¿no es así? Sí, sé que la guardas... Tráeme aquella muñeca, ¿sabes? Quiero despedirme de ella también y que se despida de mí... ¿Te acuerdas? Vamos, ¿a que no te acuerdas?

-Sí, madre, me acuerdo.

-¿De qué te acuerdas?

-De cuando se me cayó en aquel patín de la huerta y Elvira me llamaba tonta porque lloraba tanto y me decía que de nada sirve llorar...

-Eso..., eso... ¿y qué más? ¿Te acuerdas de más?

-Sí, del cuento que nos contaste entonces...

-¿A ver, qué cuento?

-De la niña que se le cayó la muñeca en un pozo seco adonde no podía bajar a sacarla y se puso a llorar, a .llorar, a llorar, y lloró tanto que se llenó el pozo con sus lágrimas y salió flotando en ellas la muñeca...

-¿Y qué dijo Elvirita a eso? ¿Qué dijo? Que no me acuerdo...

-Sí, sí te acuerdas, madre ...

-Bueno, ¿pues qué dijo?

-Dijo que la niña se quedaría seca y muerta de haber llorado tanto...

-¿Y yo qué dije?

-Por Dios, madre...

-Bueno, no lo digas, pero no llores así, palomita, no llores así..., que por mucho que llores no se llenará con tus lágrimas el pozo en que voy cayendo y no saldré flotando...

-Si pudiera ser...

-¡Ah, sí! Si pudiera ser yo saldría a cogerte y llevarte conmigo... Pero hay que esperar la hora. Y cuida de tus hermanos. Te los entrego a ti, ¿sabes?, a ti. Haz que no se den cuenta de que me he muerto.

-Haré todo lo que pueda...

-Y yo te ayudaré desde arriba. Que no se enteren de que me he muerto...

-Te rezaré, madre...

-A la Virgen, hija, a la Virgen...

-Te rezaré, madre, todas las noches antes de acostarme...

-Bueno, no llores así...

-Pero si no lloro, ¿no ves que no lloro?

-Para lavar los ojos cuando han visto cosas feas no está mal, pero tú no has visto cosas feas, no puedes verlas...

-Y si es caso, cerrando los ojos...

-No, no, así se ven cosas más feas. Y pide por tu padre, por tu madre, por mí... No olvides a tu madre...

-Si no la olvido...

-Como no la conociste...

-¡Sí, la conozco!

-Pero a la otra, digo, a la que te trajo al mundo.

-¡Sí, gracias a ti la conozco; a aquélla!

-¡Pobrecilla! Ella. no había conocido a la suya...

-¡Su madre fuiste tú, lo sé bien!

-Bueno, pero no llores...

-¡Si no lloro! -y se enjugaba los ojos con el dorso de la mano izquierda mientras con la otra temblorosa, sostenía el vaso de la medicina.

-Bueno, y ahora trae a la muñeca, que quiero verla. ¡Ah! ¡Y allí en un rincón de aquella arquita mía que tú sabes..., ahí está la llave..., sí, ésa, ésa...! Allí donde nadie ha tocado más que yo, y tú alguna vez; allí, junto a aquellos retratos, ¿sabes?, hay otra mueca..., la mía..., la que yo tenía siendo niña..., mi primer cariño..., ¿el primero?... ¡Bueno! Tráemela también... Pero que no se entere ninguna de ésas, no digan que son tonterías nuestras, porque las tontas somos nosotras... Tráeme las dos muecas, que me despida de ellas, y luego nos pondremos serias para despedirnos de los otros... Vete, que me viene un mal pensamiento y se santiguó. El mal pensamiento era que el susurro diabólico allá, en el fondo de las entrañas doloridas con el dolor de la partida, le decía: «¡Muñecos todos!».


La Tía Tula 1921 Miguel de Unamuno

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