ZECHARIA SITCHIN. LIBRO 2º: LA ESCALERA AL CIELO. PARTE 15: EL VIAJE DEL FARAON A LA OTRA VIDA. LA CONEXIÓN EGIPTO-SUMER


ByOskarele

¿Adonde nos está llevando Sitchin con todo este rollo? Pues, como os podéis imaginar, a Mesopotamia, al antiguo Sumer:  “Ta Ur” significa literalmente La Tierra de Ur, y el nombre Ur es bien conocido en nuestra historia: fue el lugar de nacimiento de Abraham, el patriarca hebreo. En los comienzos del siglo XIX, cuando los arqueólogos y lingüistas comenzaron a descifrar la historia y los registros escritos de Egipto, la única fuente que citaba Ur era el Viejo Testamento.

Conforme los estudiosos del XIX fueron aprendiendo más sobre Egipto y comparando el cuadro histórico emergente con los escritos de historiadores griegos y romanos, dos hechos más fueron destacándose:
Primero, la civilización egipcia y su grandeza no fueron una flor aislada que floreció en un desierto cultural, sino parte de un desarrollo conjunto que ocurrió en todas las tierras antiguas.
Segundo, los cuentos bíblicos sobre otras tierras y reinos, sobre ciudades fortificadas y rutas de comercio, sobre guerras y tratados, migraciones y establecimiento en lugares diferentes, no eran sólo verdaderos, sino también exactos.

Los hititas, conocidos durante siglos sólo por las breves citas en la Biblia, surgieron en los registros egipcios como poderosos adversarios de los faraones. Algo similar sucedió con los filisteos, "pueblos del mar", fenicios, hurritas, amorritas…  comenzaron a surgir como realidades históricas a medida que iba progresando el trabajo arqueológico en Egipto.

Sin embargo, por los relatos, las mayores civilizaciones de todas parecían haber sido los antiquísimos imperios de la Asiria y Babilonia. Pero en el siglo XIX todo aquello estaba enterrado bajo toneladas de arena. En vez de edificaciones monumentales, las excavaciones en esas áreas sólo daban con el descubrimiento de pequeños artefactos, sobre todo tablas de arcilla cocida inscritas con marcas en forma de cuña. Las famosas tablillas cuneiformes.

Con la escritura cuneiforme pasó lo que pasó con los jeroglíficos egipcios. La llave para descifrarla surgió gracias a una inscripción en tres idiomas, encontrada grabada en las rocas de una montaña en Behistun. En 1835, un mayor del Ejército inglés, Henry Rawlinson, consiguió copiar la inscripción y descifrar la escritura y sus idiomas: el texto estaba escrito en persa antiguo, elamita y acadiano. El acadiano fue la lengua-madre de todos los idiomas semitas y fue a través del conocimiento del hebraico que los estudiosos consiguieron leer y comprender las inscripciones sobre los asirios y babilonios de la Mesopotamia.

Impulsado por esos descubrimientos, un inglés nacido en París llamado Henry Austen Layard viajó a Mosul, un centro de caravanas al noroeste de Irak, en la época del Imperio Otomano, en 1840. Versado tanto en las referencias bíblicas pertinentes como en los clásicos griegos, Layard se acordó de que un oficial del ejército de Alejandro había relatado haber visto en el área "un lugar con pirámides y restos de una antigua ciudad", o sea, una ciudad cuyas ruinas ya eran consideradas antiguas en la época del rey de la Macedonia!

Así Layard comenzó a estudiar varios “tells” (túmulos) existentes en el área, donde había  ciudades enterradas de la antigua Mesopotamia. Y fueron saliendo a la luz las antiguas ciudades citadas en el Antiguo Testamento: Nínive, Kish, Ur…

Y, lo más importante, salieron a la luz miles de tabillas cuneiformes, con escritos de todo tipo: contratos comerciales, sentencias de tribunales, registros de boda y herencias, listas geográficas, informaciones matemáticas, fórmulas médicas, leyes y normativas, historias de las familias reales, de hecho, todos los aspectos de la vida de sociedades avanzadas y altamente civilizadas. Pero también Cuentos épicos, leyendas sobre la Creación, proverbios, textos filosóficos y  canciones de amor. Y por supuesto trataban los asuntos celestiales: listas de estrellas y constelaciones, informaciones planetarias, tablas astronómicas; y también listas de dioses, sus relaciones familiares, atributos, tareas y funciones.

Una de los mayores descubrimientos de la Mesopotamia fue la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive, que contenía más de 25.000 tablas de arcilla ordenadas por temas. Y este descubrimiento llevó a otro más importante: a comprobar la existencia de una lengua desconocida que precedía al acadio, al asirio y al babilónico. Era la lengua de Shumer, la bíblica Sennar, y posiblemente la Ta Neter de los egipcios, la Tierra de los Observadores, de la cual habían venido los dioses para Egipto.

Realmente fue en donde comenzó la civilización, hace casi 6 mil años.  Prácticamente no existe ningún aspecto de nuestra actual cultura y civilización cuyas raíces no puedan ser encontradas en Sumer, como ya dijimos en los primeros capítulos del libro anterior.

Y esto llevó al descubrimiento y análisis de las complejísimas cosmogonías sumerias, que hablaban de aquellos dioses "que vinieron del Cielo para la Tierra", dejando claro que ellos no los llamaban “dioses”. Para ellos eran seres físicos venidos de un lejano planeta. Eran los Nefilim, aunque los acadios los llamaban Ilu  (Los Altísimos, de lo cual se origina el bíblico El), los cananeos y fenicios los llamaban Ba' al (Señor). Los sumerios los llamaban de DIN.GIR. "Los Virtuosos de los Cohetes Espaciales", según Sitchin.


Ya sabemos cómo fue la historia de la creación del sistema solar y también conocemos las complejas relaciones que unieron y separaron a la gran familia de los dioses venidos del cielo. Por si alguien no se acuerda, revisen nuestros artículos anteriores. Sitchin, en esta parte del libro, vuelve a repetir, más resumidamente toda esta movida, supongo para refrescar nuestros conocimientos, así que nosotros seguiremos con el relato…

Si tenemos que mencionar que Sitchin comienza a relacionar el planeta Nibiru, el planeta del cruce, lugar de origen de los dioses extraterrestres, con lo que los egipcios llamaban de Estrella Inmortal o "El Planeta de los Millones de Años" -, la Morada Celestial de los Dioses.  En Egipto, Mesopotamia y todos los otros lugares, su omnipresente emblema era el del Disco Alado, que en el país de las pirámides representaba la Morada Celestial de Ra.

Los estudiosos siempre insistieron en referirse a Ra como un "dios del Sol" y al Disco Alado como "Disco Solar". Para Sitchin no se trataba del sol, sino del 12º Planeta. De hecho, las pinturas egipcias hacían una distinción nítida entre el Disco Celestial y el Sol.

Como se puede ver, ambos eran mostrados en el cielo (representado por la forma arqueada de la diosa Nut).

Pero esta idea de que los dioses egipcios y los sumerios eran los mismos (Nefilim), nos lleva a otras cuestiones: por ejemplo ¿Sabían los egipcios que el sol era el centro del sistema solar, que estaba compuesto por doce cuerpos celestes? Pues según Sitchin, parece ser que si, y aporta una prueba sabrosona: en un sarcófago encontrado en Tebas en 1857 se muestra a la diosa Nut, personificación egipcia de la bóveda celeste, en el panel central de la parte superior, rodeada de las doce constelaciones del zodiaco. En los laterales del sarcófago se representan además las doce horas del día y de la noche, así como los planetas, personificados en dioses celestiales que viajen en sus orbitas predeterminadas, los barcos celestiales ( (los sumerios llamaban a las órbitas "destinos" de los planetas).

En la posición céntrica, vemos el globo del sol, emitiendo rayos. Cerca de él, al lado de la mano izquierda de Nut, vemos dos planetas: Mercurio y Venus. (Venus está correctamente pintado como siendo mujer - era el único considerado femenino por todos los pueblos de la Antigüedad). Después, en el panel lateral, a la izquierda del cuerpo de la diosa, están la Tierra (seguida del emblema de Horus), la Luna, Marte y Júpiter como Dioses Celestiales viajando en sus barcos.

En el panel lateral a la derecha del cuerpo de Nut, se localizaron otros cuatro Dioses Celestiales en la parte inferior – continuando después de Júpiter -, sin Barcos Celestiales, pues sus órbitas eran desconocidas para los egipcios: Saturno, Urano, Neptuno y Plutón.

La época de la momificación del cuerpo está marcada por el Lancero apuntando su arma en la parte media del Toro.

Así, encontramos a todos los planetas en su orden correcto, inclusive los externos, que sólo fueron descubiertos en tiempos bastante recientes. Los eruditos, que estudiaron el conocimiento planetario de la Antigüedad, partían de la hipótesis de que los pueblos antiguos creían que cinco planetas - entre ellos el Sol - giraban en torno a la Tierra. Cualquier dibujo o referencias escritas a otros planetas eran, según lo afirmaban, debido a algún tipo de "confusión". Pero no había confusión ninguna. Existía, sí, una impresionante exactitud: el Sol es el centro del sistema solar, la Tierra es un planeta y, además de ella, de la Luna y de los ocho planetas que conocemos actualmente, hay otro planeta, mucho mayor. En el sarcófago está pintado destacándolo, por encima de la cabeza de Nut, como un importante Señor Celestial en su enorme Barco Celestial, o sea, su órbita.

Hace 450 mil años - según nuestras fuentes sumerias -, los astronautas venidos de ese Señor Celestial descendieron en el planeta Tierra.

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