ZECHARIA SITCHIN. LIBRO 2º: LA ESCALERA AL CIELO. PARTE 13: EL VIAJE DEL FARAON A LA OTRA VIDA. EL VIAJE DEL KA


ByOskarele

Como ya dijimos en un artículo anterior, fue en Tebas y sus alrededores (Karnak, Luxor y Deir-el-Bahari), donde Alejandro encontró los santuarios y templos dedicados a Amón, que continúan impresionantes hasta el día de hoy, a pesar de que están en ruinas. En su mayoría, esos monumentos fueron construidos por los faraones de la 12ª Dinastía, uno de los cuáles probablemente era "Sesonchusis" o Sesostris, así como el famoso templo de Hatshepsut, que también tenía fama de ser hija de Amón.

Esas alegaciones de parentesco divino no eran raras ni nuevas. La reivindicación del faraón de su posición de divinidad, basado en el simple hecho de ocupar el trono de Osiris, a veces era ampliada con el fundamento de que el gobernante era hijo o hermano de este o de aquel dios o diosa. Los estudiosos consideran que esas afirmaciones sólo tienen significado simbólico, pero para Sitchin en muchos “realmente” eran descendientes físicamente de Ra, engendrados por él a través de la fecundación de la esposa del alto sacerdote de su templo.

Otros reyes atribuían su descendencia de Ra a medios más sofisticados: a veces el dios se introducía dentro del faraón y tenía relaciones sexuales con la reina, siendo pues el hijo descendiente hijo directo de Ra.

Pero, además de esas pretensiones específicas de un origen divino, todos los faraones eran teológicamente considerados la encarnación de Horus y así, por extensión, hijos de Osiris. En consecuencia, el faraón tenía derecho a la vida eterna exactamente de la manera experimentada por Osiris: resurrección después de la muerte, una Otra Vida…Alejandro pretendía tener derecho a la inmortalidad por los dos lados: como hijo secreto de Amón y como encarnación de Horus/Osiris.

Básicamente, los antiguos egipcios, consideraban que los dioses y los faraones conseguían vivir eternamente porque estaban siempre rejuveneciéndose en su morada divina, a la que los faraones llegaban tras morir y donde compartían la sagrada comida y bebida con las divinidades. El fallecido faraón esperaba encontrar ese sostén en el reino celestial de Ra, en la "Estrella Inmortal". Allá, en un mítico "Campo de las Ofrendas" o "Campo de la Vida", crecía la "Planta de la Vida". Un texto de la pirámide de Pepi I dice lo siguiente:
“Él viajó para el Gran Lago, Junto a lo cual descienden los Grandes Dioses.
Los Grandes de la Estrella Inmortal Dan a Pepi la Planta de la Vida
De la cual ellos viven, Para que él también pueda vivir.”

Las representaciones egipcias muestran al fallecido (a veces con su esposa) en ese paraíso celestial, bebiendo el Agua de la Vida, de la cual nace la Planta de la Vida, bajo la forma de datilera, con sus frutos donantes de vida.

El destino celestial del rey muerto era el lugar de nacimiento de Ra, al cual éste había vuelto después de su muerte en la Tierra. Allá el propio dios era siempre rejuvenecido o "despertado de nuevo" porque periódicamente la Diosa de los Cuatro Jarros le servía un cierto elixir. Así, la esperanza del faraón era ser servido del mismo elixir por la diosa, para "con él refrescar su corazón para la vida". En cuanto a Osiris, él se rejuvenecía bañándose en el Agua de la Juventud.

Después de ganar una nueva vida y hasta quedarse rejuvenecido, el faraón llevaría una existencia paradisíaca: "Su provisión es entre los dioses: su agua es vino, como el de Ra. Cuando Ra come, da a él; cuando Ra bebe, da a él".

No estaban demasiado preocupados estos reyes por que la forma de conseguir la preciada inmortalidad fuese muriendo primero. Al fallecer su cuerpo físico sería embalsamado, pues los egipcios creían que cada persona poseía un Ba, algo semejante a lo que llamamos "alma", que, como un pájaro, subía a los cielos después de la muerte, y también un Ka -en general traducido por Doble, Espíritu Ancestral, Esencia o Personalidad -, y era bajo esas formas que el faraón se veía trasladado para la Otra Vida. El concepto sugería la existencia de un elemento divino en el hombre, un doble celestial o divino que podía retomar la vida en el otro mundo.

La otra vida era posible, pero no era nada fácil obtenerla: El fallecido rey tenía que viajar por un largo y desafiante ritual, y someterse a las largas y elaboradas ceremonias antes de ponerse en camino. Todo comenzaba con la purificación e incluía el embalsamamiento (momificación) para quedar como Osiris, con todos los miembros amarrados por ataduras. El cuerpo embalsamado entonces era llevado en una procesión fúnebre.

Dentro de algún templo funerario, los sacerdotes conducían rituales pidiendo la aceptación del faraón por los dioses al final del viaje. El rito, llamado en los textos fúnebres egipcios de "Apertura de la Boca", era supervisado por un sacerdote que, usando una herramienta curva de cobre o hierro, abría la boca de la momia o de una estatua representando al faraón. Pero era más que nada algo simbólico. Se hacían también llamamientos especiales al "Ojo" de Horus, perdido en la batalla con Set, para que fuera abierto "un camino para el rey entre los Luminosos, para que él pueda establecerse entre ellos".

La tumba del faraón tenía una puerta falsa en su lado este, por la que se supone que el faraón saldría después de aquel ritual. Según el relato de los “Textos de las Pirámides”, que describe el proceso de resurrección paso a paso, el faraón no podía atravesar la pared solo. "Tú estás delante de la puerta que contiene las personas hasta él, que es el jefe del departamento - un mensajero divino encargado de esa tarea -, viene a tu encuentro. Él te coge por el brazo y te lleva hacia el cielo, hacia tu padre.”

Sin embargo, antes de que el faraón subiera al cielo para comer y beber con los dioses, tenía que emprender un arduo y peligroso viaje. Su meta era un país llamado Neter-Khert, "La Tierra de los Dioses de la Montaña". Ese lugar a veces era pictóricamente escrito en jeroglíficos colocándose el símbolo para Dios (Neter) sobre una balsa, pues, de hecho, para alcanzar esa tierra el faraón tenía que atravesar un largo y tortuoso lago de Juncos. El área pantanosa sería vencida con la ayuda de un Barquero Divino, que antes de transportarlo le interrogaba sobre que le hacía pensar que tenía derecho a atravesar el lago o si era realmente hijo de un dios o una diosa.

Después del lago, de un desierto y una cadena de montañas, el rey llegaba al Duat, la mágica
"Morada para Subir a las Estrellas", cuya localización y nombre vienen confundiendo los estudiosos hace mucho tiempo. Algunos piensan que se trataba del Otro Mundo, la Morada de los Espíritus. Otros afirman que era un Mundo Subterráneo y, de hecho, muchas de las escenas que lo describen muestran un laberinto de túneles, cavernas con dioses que no pueden ser vistos, pozas de agua hirviente, luces fantasmagóricas, cámaras guardadas por pájaros y puertas que se abren solas.

El Duat siempre fue motivo de perplejidad para los eruditos porque, a pesar de su naturaleza terrestre (era alcanzado a través de un pasaje en las montañas) y características subterráneas, en jeroglíficos su nombre era escrito con la utilización de una estrella o halcón alzando vuelo. El problema mayor en este tránsito del faraón a la eternidad parece ser que era que los humanos no podían volar… "Los hombres son enterrados, los dioses vuelan hacia lo alto. Hagan que este rey vuele hacia el cielo (para quedarse) entre sus hermanos, los dioses". Así, para subir al cielo emplearía una escalera celestial por la cual entraría en un objeto capaz de cambiar de “memoria”, pasando de azul a rojo, y con el que por fin ascendería a los cielos. El ojo de Horus llamaban a aquel objeto…

Allá, el propio Ra le daría la bienvenida: “Los Portones del Cielo están abiertos para ti; Las puertas del Lugar Fresco están abiertas para ti. Tú encontrarás a Ra parado allí, esperando por ti. Él tomará tu mano, Él te llevará para el Doble Santuario del Cielo; Él te colocará en el trono de Osiris... Tú te quedarás en pie, amparado, equipado como un dios... Entre los Eternos, en la Estrella Inmortal."

Casi todo lo que sabemos en la actualidad sobre este tema se lo debemos a una obra llamada “Los Textos de las Pirámides”, una recopilación de elocuciones encontradas en las paredes, pasajes y galerías de cinco pirámides, de cinco faraones: Unas, Teti, Pepi I, Merenra y Pepi II - que reinaron entre 2.350 y 2.180 a.C. Esos textos fueron organizados y numerados por Kurt Sethe en su magnífica obra “Die altaegyptischen Pyramidentexte”, junto con su contrapartida en inglés, “The Pyramid Texts”, de Samuel A. B. Mercer.

Son miles de versos, casi todos aislados y desconectados unos de otros, con súplicas a los dioses y exaltación de los reyes. Sin embargo, hay un punto sobre el cual no existen dudas: todos concuerdan que esos textos fueron extraídos por los escribas de la época, de escrituras más antiguas y aparentemente bien organizadas, coherentes e inteligibles, como, por ejemplo, el “Libro de los Muertos” o “El Libro de los Dos Caminos".

Las teorías académicas, sin embargo, dejan sin explicación los aspectos más intrigantes de las informaciones ofrecidas por esos textos. El Ojo de Horus, por ejemplo, era un objeto que existía independientemente del dios, siendo algo en cuyo interior el faraón podía entrar y que cambiaba de colores, yendo del azul hacia el rojo, cuando era "potenciado". Hay también balsas auto impulsadas, puertas que se abren solas, dioses de rostros brillantes que no pueden ser vistos.

Y, sobre todo, ¿Por qué, si la transmigración del faraón lo llevaba hacia el Mundo Subterráneo, los textos afirman que "el rey está yendo hacia el cielo?” Sitchin plantea sin prejuicios que los textos no eran mera mitología, sino el relato de un viaje simulado que reproducía el viaje real que hicieron o hacían los dioses. Vistos como un todo, los textos e ilustraciones describen un viaje a un reino que comienza al nivel del suelo, prosigue para el subsuelo y termina en una apertura por la cual los dioses - y los reyes que los imitaban – eran lanzados en dirección al cielo.

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