LA CAJA DE LETRAS ciencia ficción “ahora dormía en los ataúdes más baratos”

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la caja de letras es un reducto,
un solar; uno de esos donde jugaba cuando era niño
uno de esos descampados heridos de hierba amarilla y ladrillos
de granito, a pedazos
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El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto.


Case tenia veinticuatro años. A los veintidós, había sido vaquero, un cuatrero, uno de los mejores del Ensanche. Había sido entrenado por los mejores, por McCoy Pauley y Bobby Quine, leyendas en el negocio. Operaba en un estado adrenalínico alto y casi permanente, un derivado de juventud y destreza, conectado a una consola de ciberespacio hecha por encargo que proyectaba su incorpórea consciencia en la alucinación consensual que era la matriz. Ladrón trabajaba para otros: ladrones más adinerados, patrones que proveían el exótico software requerido para atravesar los muros brillantes de los sistemas empresariales, abriendo ventanas hacia los ricos campos de información.

Cometió un clásico error, el que se había jurado no cometer nunca. Robó a sus jefes. Guardo algo para él y trato de escabullirlo por intermedio de un traficante en Amsterdam. Aun no sabía con certeza como fue descubierto, aunque ahora no importaba. Esperaba que lo mataran entonces, pero ellos solo sonrieron. Por supuesto que era bienvenido al dinero. E iba a necesitarlo. Porque –aun sonriendo_ ellos se iban a encargar de que nunca más volviese a trabajar.

Le dañaron el sistema nervioso con una micotoxina rusa de los tiempos de la guerra.

Atado a una cama en un hotel de Memphis, el talento se le extinguió micrón a micrón y alucino durante treinta horas.

El daño fue mínimo, sutil, y totalmente efectivo.
Para case que vivía para la inmaterial exultación del ciberespacio, fue la Caída.


Ahora dormía en los ataúdes más baratos, los más cercanos al puerto, bajo los faros de cuarzo halógeno que iluminaban los muelles toda la noche como vastos escenarios; donde el fulgor del cielo de televisor impedía ver el cielo de Tokio y aun el desmesurado logotipo holográfico de la Fuji Electric Company, y la bahía de Tokio era un espacio negro donde las gaviotas daban vueltas en círculo sobre cardúmenes de poliestireno blanco a la deriva.



…en la prisión de su propia carne.



…bajo el envenenado cielo de plata.


Neuromante 1984 William Gibson

Traducción J. Arconada Rodriguez y J. Ferreira Ramos

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