EL CINE ALEMAN. PARTE 14. ERNST LUBITSCH. 1/2.

ByOskarele

"Nos hemos quedado sin Lubitsch", le dijo Billy Wilder a William Wyler en el funeral de este genial director alemán. "Peor aún, nos hemos quedado sin las películas de Lubitsch", replicó éste. Por desgracia, tenía razón y ya no se hacen películas como las suyas. Ni se harán... aunque precisamente el gran Billy Wilder recogería el testigo entregado por este maestro del cine.

Ernst Lubitsch nació en Berlín en 1892, en el seno de una familia judía de procedencia rusa. Desde joven rehúye del trabajo familiar (tenían una sastrería) y se empieza a interesar por el cabaret y el teatro, hasta tal punto que a los 16 años decide dejar los estudios y probar fortuna como actor en diversos locales nocturnos de music hall. A su padre no le hizo mucha gracia, pero se lo permite a cambio de que también se ocupe de la contabilidad de la sastrería familiar. En 1911 decide unirse a la compañía teatral del ilustre Max Reinhardt, llegando a ser protagonista de algunas de sus obras, y poco a poco va entrando en el mundo del cine, primero como chico para todo y luego como secundario.

El cine le deja fascinado y desde 1914, decide escribir y dirigir sus propios filmes, además de protagonizarlos. De aquellas primeras obras destaca “Carmen”, de 1918, con la genial Pola Negri, que tendrá bastante éxito y cierta repercusión internacional. Poco a poco va ganando prestigio con títulos como “Die Augen der Mumie Ma” (Los ojos de la momia), de 1918 o “Die Austernprinzessin” (la princesa de las ostras), del mismo año, una farsa grosera y escatológica donde ridiculiza a América y los americanos.

Lubitsch se va especializando en films suntuosos al más puro estilo italiano, como los anteriormente citados, pero, sobre todo, los que hará a continuación, como la excelente “Madame DuBarry”, de 1919, en la que de la mano de Pola Negri y Emil Jannings compone una curiosa y discutible figura de Luis XV y la revolución francesa. La película tuvo un gran éxito de público en Alemania (mas que nada por la caña que Lubitsch le da a los franceses). Algo parecido sucederá con su versión de “Anna Boleyn” (Ana Bolena), de 1920, que recrea este oscuro episodio de la historia de Inglaterra (otro enemigo político y militar de Alemania).
Después, en 1920, llegaría “Sumurun” (Una noche en Arabia), basada en una exitosa obra teatral de Mas Reinhardt, de nuevo con Emil Jannings y Pola Negri, en la que se cuenta la historia de una compañía de comediantes visita una ciudad gobernada por un temible jeque (interpretado por Paul Wegener, el director de “Der Golem”), que queda prendado de la bailarina principal (la Negri). Se trata de una fastuosa producción con exóticos y elaborados decorados. “Das Weib des Pharaos” (La mujer del faraón), de 1922, será otra comedia suntuosa y recargada, muy del estilo que por aquel entonces ya empezaba a estandarizar.
Y como a tantos otros judíos, le llegó el momento del éxodo por la complicada situación que estaba creándose en Alemania. Lubitsch no dudó en ningún momento en aceptar la oferta que la celebérrima actriz Mary Pickford le hizo para marchar a Estados Unidos y dirigir “Rosita”, en 1922, un film que ella iba a protagonizar y producir, con Raoul Walsh como co-director y el extraordinario William Cameron Menzies a cargo de la dirección artística. Aunque no tuvo mucho éxito, una compañía modesta, que por aquel entonces iniciaba poco a poco su andadura, la Warner, le ofreció un contrato.

Y por aquella misma época, todo cambió para Lubitsch, y fue gracias a una película del genial Charles Chaplin: En 1923 se estrena el único film de Chaplin en el que no ha actúa, sólo dirige, “A woman from Paris” (Una mujer de París), y el director alemán se quedó fascinado con aquella comedia fina y sencilla. Y se produce su gran revelación: aquel mundo de sencillez, de sugestión, de insinuaciones, de toques de eficacia y sutileza, marcarán lo que desde entonces se conocerá como el “toque Lubitsch”. Todo su sistema cómico, todo su gusto por esa suntuosidad un poco rococó, burguesa y de opereta, todo su juego de jerarquías, protocolos e hipocresías sirven; todo su sentido burlón, vale. Pero vuelta del revés: no del lado de trazado grueso, si no con un sutilidad y una finura sin igual. Sería su cínico e irónico sello de imprenta… que años después heredaría su súbdito Billy Wilder. (Ver un poco más sobre esto: http://www.mcu.es/cine/docs/MC/FE/NotasalaProgr2006/noviembre2006dore_lubitsch.pdf)

En USA, tras “The Marriage Circle”, de 1924, genial comedia con Adolphe Menjou, o “Three woman” (Mujer, guarda tu corazón), del mismo año, llegan sus últimos clásicos mudos, “Forbidden Paradise” (La frivolidad de una dama), de 1925, de nuevo con Menjou y con Pola Negri; Y “Lady Windermere’fan” (El abanico de Lady Windermere), también de 1925, con un genial Ronald Colman.


Será realmente con la llegada del cine sonoro cuando Lubitsch empiece a deslumbrar de verdad, sobre todo por su brillante utilización de los diálogos, en títulos como “The Love Parade” (El desfile del amor), de 1929, su primera obra sonora, como no, musical, muy del gusta de aquella época, ambientada en un imaginario reino (Sylvania) y protagonizada por un genial Maurice Chevalier que comienza aquí su consagración dentro del género y del cine de Hollywood, y por su compañera Jeanette McDonald, que sería una colaboradora asidua en los siguientes filmes sonoros del director alemán.


A esta le seguirán varias comedias del montón (aunque con una calidad más que aceptable, sobre todo si las comparamos con las comedias de la época), como “Eternal Love” (Amor eterno), de 1929, con John Barrymore; “Monte Carlo”, de 1930, con Jeannete MacDonald; “The Smiling Liutenant” (El teniente seductor), de 1930, con Claudette Colbert y Maurice Chevalier. Y en 1930 hace su primer drama, “Broken Lullaby” (El remordimiento), con el fracasa espectacularmente, a pesar de ser una gran cinta, por lo que decide centrarse en comedias como la especialmente memorable “Trouble in Paradise” (Un ladrón en la alcoba) de 1932, con una genial Miriam Hopkins.

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