UN TAL DARWIN… PARTE 3. LA CURIOSA HISTORIA DE ROBERT CHAMBERS Y LA EVOLUCION HUMANA



ByOskarele

Lo cierto es que Darwin, durante esos años de dolencia mantuvo en secreto su teoría porque sabía muy bien que se iba a desatar una tormenta. Y razón no le faltaba. Por ejemplo: en 1844, el año en el que Darwin guardó sus notas, una obra llamada “Vestiges of the natural history of creation” (Vestigios de la historia natural de la creación) de un tal Robert Chambers, la lio bastante, al sugerir atrevidamente que los seres humanos podrían haber evolucionado a partir de primates inferiores, es decir, que no aparecieron por generación espontanea gracias a la labor de un creador divino.

El autor, valiente pero no temerario, había tomado medidas para evitar su linchamiento público, ocultando su identidad, manteniéndose en secreto incluso ante sus amigos durante los siguientes cuarenta años. No sólo eso: para que el editor del libro en Londres no pudiera saber que Chambres era el autor por su letra manuscrita (Chambres era ya un autor conocido), una vez hubo escrito el libro se lo dio a su mujer para que ella lo transcribiera de su propio puño y letra. A continuación, los Chambres enviaron el manuscrito desde Escocia, donde vivían, a un amigo que vivía en Manchester, Alexander Ireland. Éste, a su vez, envió el manuscrito al editor de Londres: de este modo el sello mostraría que la carta provenía de Manchester, haciendo aún más difícil trazar el origen de la obra hasta Chambres.

Sólo cuatro personas conocían la verdadera identidad del autor de Vestigios de la Historia Natural de la Creación además de Chambres, y su autoría sólo se hizo pública en 1884 (cuarenta años después de su publicación), cuando el propio Alexander Ireland publicó una edición que mostraba, por fin, el nombre de Robert Chambres como autor, geólogo y editor de libros de origen escocés, especializado, curiosamente en la venta de biblias. Es lógico, pues, que mantuviese su identidad en secreto, pues su obra fue atacada ferozmente desde los pulpitos ingleses, aunque también desde los pulpitos académicos.

La cuestión era, por supuesto, que la mayor parte de las autoridades científicas y religiosas en la Inglaterra victoriana eran fuertemente conservadoras, con lo que la reacción a cualquier teoría que oliese a “evolución” era realmente agresiva: de ahí las precauciones de Chambres. Podríamos pensar hoy que el geólogo se pasaba de paranoico, pero la verdad es que al libro le cayeron palos desde todas partes, y hubo incluso una cierta “caza de brujas” tratando de descubrir quién era el malnacido que lo había escrito.

Su obra se basaba en una serie de ideas increíblemente acertadas, pero también enormemente polémicas, si la situamos en su contexto. Defendía, por ejemplo, que el comportamiento del hombre está sujeto a leyes naturales, que rigen todo el universo a la vez. Consideraba que el registro fósil indica claramente un camino hacia el progreso, desde los organismos más simples hasta el culmen, el ser humano. Proponía que la materia inorgánica puede convertirse en materia orgánica por generación espontanea, pero que las condiciones necesarias solo se dieron en los orígenes de la vida en la Tierra. Consideraba que la evolución se ha producido por una serie de cambios entre una generación y la siguiente.

Como la obra de Lamarck, del que hablaremos en su momento, o la del propio Darwin, esta obra y estas ideas fueron objeto de feroces y virulentas críticas de científicos del momento, como, por ejemplo, T. H. Huxley, abuelico de Aldous Huxley, del que hemos hablado alguna vez, que a pesar de ser posteriormente un ferviente defensor de la evolución y de Darwin, en esta ocasión atacó enormemente la obra de Chambres… sin saber que el autor era amigo y editor suyo.

El argumento principal es que no demostraba la creación de ninguna especie nueva y que no demostraba el cambio.

Curiosamente el propio Darwin consideró el tratado como una obra falta de rigor científico, aunque lo aceptó con cierta simpatía, pues podía allanar el camino para su gran obra sobre la evolución, preparando a la opinión pública para sus ideas, además de permitirle a nuestro protagonista anticipar y preparar su defensa ante las posibles objeciones que iba a recibir.

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