ARTEMISA DE HALICARNASO, LA PRIMERA MUJER ALMIRANTE


ByOskarele

La reina Artemisa de Halicarnaso (siglo V a. C.) es la primera mujer de la que se tenga constancia histórica que, en calidad de almirante, dirigiera una flota durante una batalla. Aliados a los persas del Rey Jerjes (ese feo de la peli 300), durante las Guerras Medicas, sus cien barcos combatieron contra las flotas atenienses en el año 480 a. C. en la famosa  batalla de Salamina.

Artemisa fue la única en advertir a tiempo la trata del griego Temístocles, consistente en atraer las más numerosas y mejor armadas naves de Jerjes hacia un estrecho donde no pudiesen maniobrar. Pese a darse cuenta de la treta no pudo impedirla y evitar el desastre persa. Perdieron la batalla.

Ella fue de los pocos que sobrevivieron a aquel terrible desastre naval.

Su navío fue acosado por los barcos atenienses y no tenia posibilidad de escapar, así que enarboló la bandera espartana  y decidió embestir un navío de la flota de Jerjes, comandado, curiosamente por un enemigo suyo, Domasitino, hundiéndolo, de modo que la embarcación griega que le seguía creyese que era una aliada.

Así logró escapar hacia las líneas persas. Jerjes, al verla, pronunció una famosa frase, registrada por Herodoto: “¡Mis hombres (los persas) se han convertido en mujeres y mis mujeres en hombres!”

Imagínense lo que pudo joder esto a los atenienses, que, ni cortos ni perezosos, declararon a Artemisa su enemigo número uno, prometiendo una recompensa para cualquiera que la trajese viva. Pero ella no se amedrentó: poco después se apoderó por sorpresa de la ciudad de Latmo, penetrando en ella con el pretexto de honrar a la madre de los dioses.

Pero aquella valiente y heroica señora, dura con los enemigos e invencible en la batalla, no pudo, o no supo, vencer una guerra interior: la pasión por el joven Dárdano, de Abydos

Sin nada que justificara en ella aquella pasión repentina, pues solo se dejó llevar de la efímera hermosura del joven de Abydos, halló en ella el castigo de su culpa, como le suelen hallar esas pasiones imprudentes, esos amores basados en una apariencia loca; fuegos del corazón que apagan la llama de la inteligencia.

El joven la desdeñó;  irritada por aquel ultraje hecho a su  orgullo, llegó á sacar los ojos a Dárdano, y a precipitarse al mar desde la roca de Leucades, siguiendo a Safo, como la seguían todos los amantes desgraciados.

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