LE FAUX MYSTÈRE (PARTE 25) TRAFICANTE DE MISAS


ByOskarele

Lógicamente, las autoridades eclesiásticas no podían permitir un desaire como el que estaba protagonizando Sauniere. El obispo de Beausejour, desde Carcasonne, cada vez le va cogiendo mas manía a este cura local. Quiere que este presuntuoso y prepotente abad devuelva lo que, según él, pertenece a la iglesia. Así que decide acusarlo de simonía, exactamente de traficar con misas.

¿Cómo se puede traficar con misas? Muy sencillo: Un sacerdote podía cobrar dinero por celebrar misas por un objetivo determinado y a petición de algún feligrés (funeral, petición de salud, de lluvia…), pero no puede celebrar más de tres misas al día. Además es el obispado el que establece la tarifa. En aquella época, una misa costaba un franco o un franco y medio en los últimos años del abad. Si el oficiante celebra más de tres misas diarias, es sospechoso de estar traficando. El excedente de peticiones lo debe trasladar al obispado, que lo reparte entre las parroquias menos solicitadas.

Sauniere jamás traslado una misa al obispado. Peor aún: cuando su obispo le pide que le enseñe las cuentas de sus misas, finge que no las tiene o que las apunta en hojas sueltas que rompe cuando están llenas. Eso es totalmente falso, porque se han encontrado entre sus restos personales las cuentas, increíblemente precisas, con los honorarios cobrados por las misas entre 1891 y 1897.

En esos años acepto y cobro 110.000 misas. Si le aplicamos una tarifa actual (pongamos unos 50 euros), los ciento diez mil francos de aquella época (una pasta) se convierten en ¡cinco millones y medio de euros! Pero es que, además, si hubiera realizado todas las misas, siguiendo la regla de solo tres al día, no habría terminado hasta 1992. Esto hace pensar que hizo muchas más misas de las que podía.

Era un traficante de misas…

Por eso no es de extrañar el obispado de Carcasonne emitiera una sentencia condenatoria, el 15 de octubre de 1910, aunque, por falta de pruebas concluyentes, la pena es muy leve: se le condena a irse diez días de retiro al monasterio de Prouilhe, en la época que el mismo escoja, lo que aprovecha para citarse allí con varios amigos condenados a sanciones semejantes.

Precisamente durante este retiro es cuando el abad escribe las famosas cartas a su amante/amiga Marie, en las que firma con “Tuyo, afectísimo, Berenger” y suele comenzar con “Mi querida Marinette”. Un detalle curioso de estas cartas (hay que recordar que solo estuvo diez días) es que en todas les pregunta por “la salud de los conejos”… si bien no tenían conejos en la Villa Betania.

El obispo Beausejour es pertinaz y cabezón y no se va a conformar con una condena suave como esta. Sabe que Sauniere esconde algo, por lo que va a acosar al sacerdote hasta hartarse, enviándole un sinfín de convocatorias que, curiosamente, parecen desencadenar en Sauniere unos extraños síntomas que le impiden acudir, siempre con falsos justificantes médicos: entre los papeles del abad encontramos una carta de un medico de Couiza en los siguientes términos. “estimado señor abate, le adjunto el certificado médico que me ha solicita. Quedo a su servicio en caso de que necesite que le envíe alguno más…”

Blanco y en botella.  Está claro que Sauniere no quiere entrevistarse con su obispo, seguramente porque tiene mucho que ocultar. Si que promete, en cambio, no hacer mas misas cobrando y parece ser que intento obedecerle, aunque solo durante un tiempo.

Todo esto nos lleva a plantearnos algunas preguntas incomodas: ¿Y si Sauniere, con el único fin de ocultar el verdadero origen de su fortuna, se dejo acusar de tráfico de misas? Esto lo proponen muchos de los investigadores que creen en la existencia real de un tesoro. Pero ¿Por qué iba a tener el abad una relación tan precisa de las misas, que luego, en contra de esta teoría, se niega a enviar al obispo? Hubiese sido una estrategia hábil si fuese verdad que su fortuna procede del hallazgo de un tesoro o de algo que le permite cobrar un rescate. Pero, desgraciadamente, hay que admitir que el sacerdote había encontrado en aquel tema de las misas una fuente de ingresos nada despreciable, y la exploto a saco.

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