LA CONDESA BATHORY, 2/2


Sus arrebatos criminales podían manifestarse en cualquier momento. Le gustaba golpear y apalear a las muchachas desnudas, pero también clavarles alfileres de costura con el más mínimo pretexto, castigándolas por algún error, sino imaginario, pueril. Pero con el paso del tiempo sus exigencias se fueron haciendo cada vez más refinadas. En invierno, por ejemplo, hacia salir a la elegida al gélido patio del castillo, donde era desnudada y se le volcaban cubos y cubos de agua helada, hasta que la muchacha quedaba echa una estatua de hielo.

Más adelante, desarrollando una imaginería brutal y sin límites, se hizo construir unas jaulas especiales, cubiertas de afilados pinchos orientados hacia el interior, donde encerraba a las jóvenes desnudas, en un espacio que no les permitía estar de pie ni sentadas, sino en cuclillas, de tal forma que cada movimiento suponía una agonía de dolor. También se haría construir una dama de hierro, un sarcófago del tamaño y la forma de una mujer, tapizado con clavos en el interior de su cubierta, que se clavaban en los órganos vitales de la victima encerrada dentro.

Pero todos estos terribles y sociópatas excesos acabarían llamando la atención. Aunque al principio la iglesia callara por miedo y los nobles parecían hacer oídos sordos a las acusaciones que flotaban en el ambiente, no quedo más remedio que iniciar una investigación, ya que las cosas estaban yendo demasiado lejos. A veces, en mitad de uno de sus viajes a Viena, sentía la imperiosa necesidad de matar. Entonces hacia detener carruaje y comitiva, se hacía traer una muchacha de la carroza y allí la violaba y asesinaba, dejando luego que sus cómplices se deshicieran del cuerpo en mitad del campo.

Asustada por la vejez, pidió auxilio a una bruja practicante de antiguos cultos paganos, llamada Majorova, y siguiendo sus indicaciones, comenzó a tomar baños de sangre de sus víctimas vírgenes. Este fue el error definitivo: buscando muchachas que fueran realmente vírgenes, empezó a echar mano de las hijas de los nobles locales menores, los zemans. Esto hizo la situación insostenible, ya que los rumores crecían y crecían, y las desapariciones también. Finalmente el propio rey Matías se dio por enterado.

El rey hizo registrar el castillo de Csejthe, junto a autoridades religiosas y civiles, encontrando desde restos de sangre seca e instrumentos de tortura hasta a algunas de las jóvenes encerradas en inmundos calabozos, a la espera de que les llegara el turno de servir a los peculiares placeres de su ama, que en ningún momento dio muestras de arrepentimiento. Al contrario, se sintió indignada al ser tratada como una cualquiera, ella, que era de sangre poco menos que real.

Pero, de hecho, gracias a la intercesión de sus familiares y al reconocimiento de los servicios prestados por su difunto marido, no hubo juicio público propiamente dicho, y la acusada fue condenada a cautividad perpetua en el interior de su castillo. En cambio, sus numerosos cómplices si fueron ejecutados, rápida y sumarialmente.

Poco después de la sentencia, unos albañiles emparedaron las puertas y ventanas del castillo, dejándola completamente aislada del resto del mundo, que la conocía como la “alimaña”. Agua y comida eran introducidas en su habitación por una rendija. Tres años y medio después, en 1614, fallecía finalmente.

Tras ella quedaron unas 650 muchachas asesinadas

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