EL INFIERNO EN LA TIERRA, PARTE 1



En el verano de 1917, un joven geólogo llamado Mike Voorhies estaba explorando en una tierra de cultivo cubierta de hierba en Nebraska. Al pasar por una gargante de paredes empinadas, localizo un brillo curioso y fue a ver a que era debido: se trataba de cráneo de un joven rinoceronte que habían sacado a la superficie las recientes lluvias. Resulto que poco mas allá se hallaba uno de los más extraordinarios yacimientos fósiles de América. Era un abrevadero seco que había servido de tumba colectiva a gran cantidad de animales… que murieron todos a la vez.

¿Qué pudo provocar aquello? Sin duda algún misterioso cataclismo hace unos doce millones de años, en una época conocida como “Mioceno”, en la que Nebraska se hallaba sobre una enorme y cálida llanura. Los animales estaban sepultados bajo tres metros de ceniza volcánica. Lo desconcertante es que en Nebraska no hay volcanes… y nunca los ha habido.

Además no fueron enterrados vivos, como parecía, sino que fallecieron de una cosa llamada “Osteodistrofia pulmonar hipertrófica”. Esto es lo que te diría el médico si te ves obligado a respirar mucha ceniza abrasiva.
Los científicos investigaron la ceniza y descubrieron que procedía de un lugar llamado Bruneau-Jarbidge, un yacimiento volcánico situado en Idaho. El suceso tuvo que ser una explosión volcánica de una envergadura enorme para poder provocar una capa de ceniza de tres metros a 1.600 kilómetros de distancia.

La historia es que debajo de los Estados Unidos existe un enorme caldero de magma incandescente que cada 600.000 años (año arriba, año abajo) entre en erupción cataclismaticamente. En la actualidad es conocido como parque nacional de Yellowstone.

Pero vayamos por partes. Tienes que tener en cuenta, en primer lugar, que la distancia desde la superficie de la tierra (el nivel del mar) hasta el centro de esta es de 6.370 kilómetros, que tampoco es mucho. Si hicieses un agujero enorme que llegase hasta el centro de la tierra y tirases una moneda tardaría 45 minutos en llegar (aunque cuando lo hiciese seria ingrávido, porque la gravedad de la tierra estaría arriba y alrededor y no ya debajo de ella).

Pero nuestros intentos de penetrar hacia el centro han sido modestos. Un par de minas sudafricanas tienen una profundidad de tres kilómetros. Si la tierra fuese un melón aun no habríamos atravesado la piel.

Por eso, hace más o menos un siglo, lo que sabían los científicos sobre el centro de la tierra era lo mismo que un minero de carbón, hasta que en 1906 un irlandés llamado R. D. Oldham se dio cuenta, al examinar las lecturas de un sismógrafo, que ciertas ondas de choque habían penetrado hasta un punto muy profundo dentro de la Tierra y que, posteriormente, habían rebotado, como si hubiese alguna barrera. De aquí dedujo que nuestro planeta tenía un núcleo.

Un sismólogo croata, con un nombre muy chungo (Andrija Mohorovichic) localizaría, tres años después, una reflexión similar, aunque mas superficial. Había descubierto la frontera entre la corteza y la capa situada a continuación, el manto.

En 1936 un danés llamado Inge Lehmann descubrió que había dos núcleos, uno más interior, que hoy creemos que es sólido, y otro exterior, que se cree que es liquido y que constituye la base del magnetismo.

CONTINUARA

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