DE LO MAS PEQUEÑO, PARTE 1, LOS ACELERADORES DE PARTICULAS



En 1911, un científico británico llamado C.T.R. Wilson estaba estudiando formaciones de nubes, para lo que ascendía hasta las cumbres montañosas de Escocia. Un día pensó que tenía que haber un medio más sencillo, y cuando regreso a su laboratorio construyo una cámara con nubes artificiales. El invento funcionaba estupendamente, y además produjo un beneficio inesperado: cuando acelero una partícula alfa a través de la cámara para sembrar las supuestas nubes, la partícula dejo un rastro visible, similar a los famosos chemtrails (estelas de condensación). Acababa de inventar el detector de partículas.

A este le sucedieron otros inventos similares, basados, más o menos, en el mismo principio: en la idea de acelerar un protón u otra partícula cargada hasta una velocidad elevadísima a lo largo de una pista, hacerla chocar y ver que sale volando. Por eso los llamaron desintegradores de átomos. No era un procedimiento muy sutil, pero era efectivo: gracias a estos se encontraron o postularon partículas y familias de partículas, aparentemente sin fin: muones, piones, hiperones, mesones, bosones Higgs…

Hoy en día los aceleradores de partículas (como son llamados los desintegradores de átomos antiguos) tienen nombres que parecen cacharricos sacados de las historias de Flash Gordon: el sincrotrón superprotonico, la gran cámara de reacción hadronica, la gran cámara de reacción electrón positrón… Además emplean cantidades enormes de energía para poder acelerar las partículas hasta un estado de agitación tal que un electrón puede dar 47.000 vueltas a un túnel de siete kilómetros en menos de un segundo.

Se han despertado temores de que los científicos pudiesen crear, en su pretencioso entusiasmo, un agujero negro que podría interactuar con otras partículas subatómicas y propagarse incontrolablemente. Si estás leyendo esto, es que aun no ha pasado, aunque igual está pasando…

Encontrar partículas subatómicas es muy chungo, hablando en plata. No solo son pequeñas y rápidas, sino que suelen ser también fastidiosamente evanescentes. Pueden aflorar a la existencia y desaparecer en 0.0000000000000000000000001 segundos. Además, algunas partículas son ridículamente escurridizas: cada segundo visitan nuestro planeta 10.000 billones de billones de Neutrinos, que casi carecen de masa, disparados por el sol, y prácticamente todos atraviesan el planeta y todo lo que hay en él, incluido tú, como si no existiésemos.

Para poder atrapar los neutrinos viajeros, se crearon enormes depósitos llenos de agua pesada (agua con abundancia de deuterio), para que, de vez en cuando, alguno de estos choque con uno de los núcleos atómicos del agua y produzca un soplito de energía. Luego los científicos cuentan estos soplitos.

Lo que hace falta para encontrar partículas es dinero. Mucho dinero. Ya que existe una curiosa relación inversa entre la pequeñez de lo que se busca y la escala de los instrumentos necesarios para encontrarlo (como, por ejemplo, el famoso CERN de Suiza, una autentica ciudad).

Y estos enormes instrumentos cuestan muchísimo dinero y gastan cantidad abismales de electricidad.

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